Flores y plantas en el alféizar de la ventana (Linda Raymond / Getty Images/iStockphoto)
Los dos nombres de plantas que aprendí primero empezaban por hache: “hinojo” y “hierbabuena”. No los aprendí porque los leyera en ningún libro de texto, sino porque mi padre me los enseñó cuando era una niña. A él, que se había criado en un entorno rural, le gustaba caminar, y era capaz de encontrar un campo por el que dar un paseo incluso en mitad de la gran ciudad. Mis hermanos y yo le acompañábamos muchas veces en sus vagabundeos urbanos, y siempre hallábamos un pequeño rincón que se había salvado del asfalto, un parterre, un descampado, en los que él recolectaba alguna de sus especies favoritas.
Como era un hombre práctico, le interesaban mucho las plantas de uso culinario. Con el hinojo que encontrábamos en el margen de la estación cocinaba caracoles; con los espárragos que buscábamos en un terreno de las afueras que hoy está completamente urbanizado nos preparaba tortillas; la aromática hierbabuena, mi segunda hache, era minuciosamente cortada en una tabla de madera y espolvoreada después sobre la sopa de pollo bien caliente.
Bulbos de hinojo maduros 5second
‘Ceguera verde’
Dejamos de ver las plantas aunque las tengamos al lado porque ya no tenemos relación con ellas
Pero no todos poseemos la habilidad de reconocer las distintas especies de vegetales que nos rodean. De hecho, ya ni siquiera las vemos. La llamada “ceguera verde”, término acuñado por los botánicos James Wandersee y Elizabeth Schussler, es un curioso fenómeno que cada vez nos afecta más y que consiste precisamente en eso: dejamos de ver las plantas aunque las tengamos al lado porque ya no tenemos relación con ellas. Y si no las vemos es difícil que alcancemos a valorar la importancia que poseen para nuestro bienestar.
Diversas investigaciones realizadas en los últimos años han revelado el impacto del mundo vegetal en la condición humana: tener plantas en casa o en el trabajo, dar un paseo por el parque e incluso mirar una foto con un paisaje natural produce interesantes beneficios psicológicos, reduce el estrés y mejora la concentración.
Beneficios
Mejoran la atención y los tiempos de reacción, rebajan la ansiedad, aumentan la satisfacción
Otro estudio, publicado por el boletín Personality and Social Psychology, ha concluido que tener plantas en casa, en la escuela, en el trabajo e incluso en los hospitales o centros médicos conlleva numerosas ventajas para la salud física y mental. Algunas de las que se les atribuyen son que reducen la presión sanguínea, mejoran nuestros tiempos de reacción, incrementan la capacidad de atención, mejoran los niveles de asistencia (a la escuela y al trabajo), incrementan la productividad, mejoran el bienestar global, rebajan los niveles de ansiedad durante la recuperación tras una cirugía, mejoran la satisfacción laboral y la percepción del espacio.
De las plantas podemos aprender muchísimas cosas. Son todas bellas y únicas, como las personas, y un ejemplo de lo que supone el libre albedrío, pues no importa cuánto las presionemos, ellas siempre crecerán a su propio ritmo. Las plantas nos invitan a respirar más profundamente, a pasar ratos al sol, a relajarnos, a confiar en los procesos de la vida… También fomentan la curiosidad y la paciencia: ¿alguna vez han plantado una semilla o el “hueso” de una fruta para luego esperar maravillados el resultado?
Una mujer adecenta sus plantas en la cocina del hogar. GrapeImages
Monique Briones, experimentada paisajista y autora del exitoso blog Jardines con alma, afirma: “Todos deberíamos tener al menos una planta en nuestra vida. Lo que aportan es mucho más mesurable y valioso que el trabajo que pueda implicar cuidarlas. Si no puedes tener un jardín, no deberías privarte del placer de poder acompañar el desarrollo de una planta, sea en tu casa o en una ventana en el despacho. Ver como tu planta responde a tus cuidados y echa nuevas hojas, dándote la oportunidad de comprobar cómo el verde intenso se transforma y va madurando con el pasar de los días es de lo más gratificante”.
Las plantas, además, purifican el aire, aportándonos oxígeno, eliminando toxinas y refrescando el ambiente. También son un recordatorio de lo delicada y efímera que puede ser la vida, sin olvidar su capacidad para hacernos sentir que conectamos con algo más poderoso, con la fuerza de la naturaleza.
Eduard Deria, que se define a sí mismo como un “pagès romántico” y trabaja en el Centro de Interpretación Agroecológico de Collserola, en la Finca Mas Santoi, asegura que tiene una relación de amor con las plantas y que estas son una parte fundamental de su vida: “Nosotros nos dedicamos a recuperar variedades olvidadas, la comida que comían nuestros abuelos. Para mí las plantas también son memoria histórica, una parte fundamental y una forma de recuperación de mis ancestros”.
En la Finca Mas Santoi, además, se llevan a cabo distintas actividades de concienciación y disfrute de la naturaleza que tienen como propósito hacer que las personas recuperen su relación con las plantas y la vida en el campo. Para Eduard, la naturaleza nos enseña tantas cosas como queramos aprender, entre ellas, la tenacidad: “Una ciudad como Chernobil, abandonada tras el accidente nuclear, fue reabsorbida por la naturaleza en menos de dos años. Si nos paramos a mirar un instante podremos darnos cuenta de que las plantas crecen incluso en el asfalto: son mucho más fuertes que nosotros. Un árbol centenario puede ser joven todavía, mientras que el ser humano es más vulnerable de lo que a veces cree. Su capacidad de pensar, a menudo demasiado, lo puede convertir en un ser prepotente”.
Monique Briones también mantiene una relación especial con las plantas. De ellas dice haber aprendido que la paciencia y la persistencia son virtudes muy útiles a la hora de sobrevivir: “Desde pequeña, las plantas me han enseñado que hay que buscar la forma de crecer aunque sea en condiciones desfavorables. Siempre las he sentido como si fueran seres discretos y silenciosos, pero que nunca dejan de prosperar, que difícilmente se rinden. Eso ha me ha ayudado a transformarme a mí también”.
Trabajar con plantas puede ser, además, una actividad muy positiva para las personas que sufren trastornos mentales. La Fundación Privada Centro de Higiene Mental Les Corts, en Barcelona, lleva años ofreciendo talleres de horticultura y jardinería para ayudar a la reinserción laboral de personas en recuperación de enfermedades mentales.
Carme Barrios, psicóloga y coordinadora del Área de Inserción Laboral de la fundación, explica que para el centro “es importante encontrar acciones y actividades que resulten motivadoras e interesantes. Hemos hecho mantenimiento de mesas de cultivo y huertos urbanos, espacios que además de suponer pequeños oasis verdes dentro de la ciudad permiten la interacción entre diferentes agentes de la comunidad como asociaciones vecinales y entidades como la nuestra. También dinamizamos espacios verdes y huertos escolares, compartiendo con la comunidad educativa el respeto por la naturaleza y los hábitos saludables”.
Las actividades con plantas sirven a los participantes para trabajar en tres ámbitos: las competencias laborales, la salud y la relación comunitaria. En opinión de esta psicóloga, “lo más gratificante para las personas usuarias es ver y valorar el fruto de su esfuerzo, en éste caso, literalmente. La emoción de recoger lo que has sembrado y poder comértelo, sabiendo que además es ecológico y su sabor será estupendo, tiene un gran valor. Implica esfuerzo, superación, trabajo en equipo, paciencia, satisfacción y todo ello tiene mucho que ver con el bienestar”.
Un hombre y su nieta trabajan en tareas de jardinería. Halfpoint
¿Y qué hacer si somos de esas personas a las que no les sobrevive ni un cactus?
Para Eduard Deria, lo que las plantas piden sobre todo es sentido común: “ni demasiados cuidados ni demasiado pocos”. Para Deria, las plantas son bastante parecidas a las personas: “Cuando son bebés (planteles) hay que alimentarlas y darles de beber cada día; cuando son un poco mayores (como los adolescentes) las veremos sanas y sin necesidades, un poco prepotentes, como los chavales cuando creen que no necesitan nada de los adultos. En ese momento hemos de seguir cuidándolas, regándolas y abonándolas aunque parezca que no lo necesitan. Cuando se hacen adultas, las plantas aprenden a pedirnos los que necesitan, agua o abono, según su estado. Si vemos una planta mustia a primera hora de la mañana o a última hora de la tarde es que necesita agua. Si la vemos mustia a las doce del medio día en agosto, pues es normal, todos estamos mustios a las doce del mediodía en agosto”.
Una mujer trabaja en tareas de jardinería (danchooalex / Getty Images)
Monique Briones aconseja que cuando compremos una planta nos fijemos siempre en su nombre científico para así poder buscar más información sobre nuestra compañera de vida. “Mucha gente cree que lo único que necesitan las plantas es agua, regarlas de cuando en cuando. A veces se hace en exceso, lo que puede ocasionar un auténtico asesinato. Otras veces las personas se olvidan de la necesidad que tienen las plantas de hacer la fotosíntesis, de sintetizar clorofila a través de la luz del sol, y las alejan de su fuente de luz”.
Añaden que también es fácil que se olviden de la importancia de un buen drenaje y de evitar la acumulación de agua en los platos, o en el fondo de macetas sin agujero, para que las raíces y la tierra respiren y hagan sus procesos metabolizantes. “Las plantas pueden ser sencillas si sigues unas reglas básicas de cuidado, y a parte si buscas conocer un poco más sobre sus necesidades específicas, cosa que hoy en día es realmente fácil”.